Se aprende por repetición
Por Desmadreando
Desde pequeños somos sometidos varias veces a una tortura auditiva de repetición: «¡no saltes en el sofá que te vas a caer!«, «¡no saltes en el sofá que la mesa está justo delante!» » ¡no saltes en el sofá que….» y al tercer aviso la repetición -y la experiencia- tienen un cierto efecto mágico; y marcan la pauta para el aprendizaje. Bajo advertencia no hay engaño. Lo mismo ocurre en la maternidad.
No por ser madres dejamos de aprender. ¿Y cómo se aprende? A través de repetir y repetición: «No seré como mi madre.» «No diré las mismas frases.» «No haré que mis hijos se pongan el jersey a 30 grados centígrados.» ¿Y qué es lo que pasa? ¡Zaz en toda la boca! Los niños tengan o no frío llevarán puesto –sí o sí- un jerseycito tejido por la abuela la mar de mono; pues «sabe más el diablo por viejo que por diablo«. Y ¡voilá! uno se convierte en la estampa genética de su madre con el refranero español siempre por delante. Sin importar las veces que hayamos repetido que no seríamos iguales.
Cuando uno se estrena en la maternidad las repeticiones resultan una hipérbole difícil de alcanzar. ¿No me habían repetido tantas veces que la maternidad era el summum de toda mujer? ¿Acaso no hemos escuchado una y otra vez que las mujeres conocen el verdadero significado del amor y la entrega a través de la maternidad? ¿No me dijeron hasta el cansancio que los recién nacidos eran para comérselos? Yo solamente me repetía una y otra vez “no puedo más ni con mi alma”.
Pero jamás me dijeron que al parir no sólo nace el niño si no que también nace una madre. Ahí es el momento más duro. Te percatas que por más que te repitiesen millones de cosas ¡no sabes nada! y tienes que aprender desde cero todo. ¿Cómo? A base de repeticiones.
Una gran ventaja de ser primeriza es que siempre habrá un alma caritativa dispuesta a brindarte el manual del «buen hacer»; expresando consejos a diestro y siniestro de cómo ser una buena madre. Habrá quién le siente fatal, habrá quién lo agradezca pero si no nos dieran pautas repetidas simplemente no aprenderíamos.
Lo bonito de la teoría de la repetición, más allá de que es un saber popular que se transmite de boca en boca y de generación en generación, es la venganza. Cuando menos lo esperas te toca a ti repetir las frases de la experiencia maternal. Es pasar el primer añito del churumbel que comenzamos a dictar sentencias repetitivas a la siguiente amiga que se preste para lucir tripita en «operación mamá» ametrallándola con frases del tipo “aprovecha y duerme mientras puedas«.
Con los años uno adquiere esa famosa voz de la experiencia. A modo de escuchar llorar una y otra vez durante 730 noches seguidas a mi pequeña bestia Critter ya sé -por fin- distinguir el cólico, de gases, de hambre, de sueño o simplemente maña por querer seguir jugando a las cosquillitas con su padre.
La voz de la experiencia sólo se adquiere Dios –y madres– mediante miles de repeticiones.
Ser madre consiste en repetir muchas veces al día acciones banales. Desde cambiar un pañal hasta repetir de forma incondicional al infinito cuanto te quiero. A dos años del nacimiento de Critter caigo en cuenta que el desmadre no ha hecho más que empezar. Y si la premisa es correcta ¡habrá que repetir!
Publicado el 16 Jul, 2013