Glosario

El término medio en crianza no existe

Por Mamá sin complejos

Las madres somos de lo que no hay, no estamos nunca conformes, siempre tenemos que poner la puntilla a cualquier tema relacionado con nuestras preciosas criaturas. El caso es que siempre nos estamos quejando, yo la primera.

Cuando mi niño tenía 2 añitos le tenía siempre pegado como una lapa. Dormía conmigo, jugaba conmigo, se reía conmigo, se enrabietaba conmigo. Era difícil dejarle con su padre o con sus abuelos. Su universo era yo y sólo yo. Estoy segura que muchas me entendéis, hay niños con una dependencia importante hacia la figura de la madre. Poco puedes hacer, si tu peque es así, ¡dale amor! Y no pienses en nada más. Esto lo digo ahora claro, en aquellos días me quejaba mucho, me sentí un pelín agobiada y pensaba yo, ‘¿llegará el día que esta criatura sea un poco más independiente?’ Echaba de menos mi espacio vital.

Los 3 años fueron diferentes. El inicio del colegio marcó un antes y un después, ahí sentí por primera vez que nos separábamos un poquito. Tanto pedir independencia y ¡zas!, a la primera de cambio se va con la primera profe que le hace una carantoña. Pues una se siente dolida y hasta celosa. Pero en ese momento se produce un cambio marcado por la interacción social, pero de la de verdad. Porque una cosa es poner a unos cuantos niños juntos, que juegan cada uno a su aire y otra distinta que se produzca ese juego cooperativo. Y ahí ya saqué el pañuelo para despedir a Doña Dependencia…. Sabía que nos iría dejando poco a poco.

Los 4 y 5 años fueron grandes momentos de cambios, un paso hacia atrás para lograr dos hacia delante, necesidad de apego unida a ‘no me agobies mamá’. Y sí, me quejaba, tanto en los momentos en los que regresaba a mis faldas, como en los que se alejaba y mostraba que no me necesitaba. ¡Qué pasa! Las madres también tenemos derecho a estar confundidas, ¿no?

En el momento presente vivimos un momento de madurez, de niñez plena, de independencia y seguridad. Y ahora que ya no hay tanto vaivén, ahora que hemos alcanzado la estabilidad, es cuando noto un pellizco de nostalgia, porque sé que aquellos días de Universo Mamá no volverán.

La otra mañana, de manera excepcional, su padre le llevo al cole –siempre le llevo yo-. Le hacía especial ilusión, y cuando salí por la puerta aquella mañana apenas si me hizo caso. Al preguntar a papá qué tal había ido al dejarle, me dijo un poquito compungido que se había ido a su fila, casi sin mirarle y poco caso le había hecho después. Es decir, lo que hace cada mañana.

Igual que llegó aquel día que quiso irse a dormir sólo a su cama. De la misma manera que llegó el momento que no necesitó que estuviera a su lado en el parque. O aún recuerdo cuando el cole formó parte importante de su rutina habitual, ha llegado el día donde su independencia es un hecho. Su fila para entrar a clase, su pandilla, su rutina diaria… Ese mundo particular en el que mamá y papá ya no están incluidos. Le hemos dado las herramientas necesarias, le hemos aportado apego, cariño, seguridad y ello ha dado lugar a un niño independiente y tremendamente feliz.

El otro día papá sentía un puntito de pena por verle tan mayor y autónomo, y a pesar de que siento lo mismo, me voy a permitir sentir también orgullo, y además me voy a dar unas palmaditas en la espalda porque creo que hemos hecho un buen trabajo. Eso sí, después de casi 7 años criando, confirmo que en esto de maternar no hay término medio. Pasamos de un extremo a otro con una facilidad pasmosa. ¿Será distinto a partir de ahora? Os lo seguiré contando en próximas entregas.

Publicado el 27 Ene, 2014

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