El que avisa no es traidor: el embarazo no es una enfermedad, ¿o sí?
Por Una mamá española en Alemania
Dicen las sabias lenguas que, en boca cerrada, no suelen entrar moscas.
Y yo se lo ratifico. Háganse un favor y no menosprecien la sabiduría popular. Tampoco se dejen ustedes amilanar por su confuso simbolismo y se pongan ahora a rociar insecticida allá donde vayan. Que la cosa ni va de moscas ni, muchísimo menos, de su aporte calórico y nutricional.
Va de bocazas, eso sí, colectividad a la que servidora pertenece desde que tiene uso de razón y, sobre todo, de palabra; y que, como podrán imaginar, ha ocasionado más de un contratiempo social en mi entorno y en el de mis familiares.
Por lo general – y porque la gente suele ser comprensiva -, una gran sonrisa y una sincerísima disculpa me han suavizado algunos desenlaces potencialmente desagradables. Con esto quiero decir que nadie ha dejado de hablarme por fastidiar lo sorpresivo de una fiesta. Ni por constatar una preñez donde sólo había exceso de polvorones. Aunque ganas de collejarme seguro que no han faltado.
Pero, por desgracia, no todos los deslices atañen a vidas o físicos ajenos; y esta vez me temo que la he pifiado conmigo misma y sin remedio. Lo que leen.
¿Recuerdan el lema aquel de que un embarazo no es una enfermedad? ¿Sí? Pues no se les ocurra decírselo a nadie. Y, si lo han dicho ya, retírenlo ahora mismo.
Que sí, que ya sé que hay mujeres que se ponen realmente enfermas a causa durante la gestación. Que se tiran meses cual avestruz con la cabeza enterrada en el váter o pinchándose insulina o con una ciática atroz o con un montón de cosas que yo, por suerte, no he padecido jamás. Pero de ahí a gritar a los cuatro vientos que estamos tan normales hay un paso, y creánme si les digo que es en falso.
Me lo advirtió mi madre en su día, no crean, pero no le hice ni puñetero caso. Me dijo, cariño, no seas idiota y no vayas de fuerte, que te la van a meter doblada. Y qué razón tenía, oigan, mucha más que cualquier santo.
Porque es que verán, la semana pasada, exhausta como suelo acabar los días aquí en mi cuarto embarazo, se me ocurrió preguntarle a mi marido si quizás, igual, acaso podría él acortar un poco su viaje de trabajo. Así no me dejaría tantos días a merced de las tres bestias pardas que a bien he tenido parir ya. ¿Porrrr qué? me preguntó entonces, sorprendido, ¿te ocurre algo?
Le contesté que sí, que claro que me pasaba «algo», que estaba embarazada. Y lo hice sin sarcasmo, ojo, que iba en serio. ¿Y saben ustedes qué me contestó? Eso mismo que están sospechando, sí, que tal y como le había dicho yo ya infinidad de veces, el embarazo no equivalía a estar enferma y que me dejase de cantinelas que tenía prisa.
Avisadas quedan pues, gestantes de habla hispana: empiecen a quejarse de lo que sea a la de ya.
Publicado el 17 Mar, 2014