Una historia de amor con mi hijo
A los veinte años no concebía otro amor distinto del romántico, un híbrido entre las películas de Disney y las comedias románticas americanas. Claro que conocía otras clases de amor, como el que se siente por la familia y algunos buenos amigos, incluso el amor platónico a algún artista que no conocerás en tu vida para comprobar si es merecedor o no de tal aprecio, pero nada como el sentimiento encontrado en los versos de Neruda.
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Era mi sueño
Soñaba con tener hijos con la intuición de que ese sentimiento iba a superar a todos los anteriores pero también con la duda de si podría llenarme más que el amor de pareja, que ya conocía. Imposible de imaginar, todos los pronósticos se quedaron cortos. El amor a un hijo supera con creces a cualquier otro sentimiento en intensidad, en pureza, en lealtad, en entrega… es amor puro y duro.
Cambié los versos de siempre por otros menos conocidos pero que ahora cobraban significado:
(…)
que queremos saber
cómo eres, qué nos dices,
porque tú sabes más
del mundo que te dimos.
Como una gran tormenta
sacudimos nosotros
el árbol de la vida
hasta las más ocultas
fibras de las raíces
y apareces ahora
cantando en el follaje,
en la más alta rama
que contigo alcanzamos.
Con ello aprendí a valorar todas las formas en que el amor se presenta, porque abrazar a mi hijo hizo mi corazón más grande.
Nunca me gustó San Valentín. Ahora voto por instaurar el Día del Hijo, para darle las gracias por todo lo que me ha enseñado.
Publicado el 14 Feb, 2012