Ser madre de un niño con alergia
Cuando hace más de tres años el médico diagnosticó a mi hijo alergia a las proteínas de leche de vaca no supe cómo reaccionar. No había oído en mi vida hablar de ello y, en aquel momento, desconocía cómo podía afectarnos en nuestro día a día. A medida que mi peque ha ido creciendo he ido descubriendo junto a él lo que supone convivir con una alergia a un alimento tan básico como es la leche.
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La leche está en todas partes
Padecer alergia a la leche no implica únicamente excluir de la dieta la leche, quesos y yogures, como popularmente se tiende a creer. La leche entra en juego en el proceso de conservación de numerosos alimentos por lo que fiambres, salchichas, carnes envasadas, conservas de pescado, precocinados, chucherías, panes… quedan radicalmente prohibidos. La leche, además, suele convertirse en un ingrediente básico a la hora de elaborar cualquier tipo de repostería, salsas de tomate o similar, productos de aseo e, incluso, ciertos medicamentos (homeopáticos incluidos). Otro punto importante a tener en cuenta son las temidas “trazas”: residuos lácteos que contaminan la fabricación de ciertos productos que no están elaborados con leche. El número de productos con trazas es innumerable y va desde patatas fritas u otros snacks hasta harina, pan rallado o cacao en polvo.
La lista de productos a evitar es infinita y la manipulación de alimentos, cocinado y conservación de los mismos también requiere de un especial cuidado para evitar contaminaciones. Todo este tipo de precauciones sólo se conoce cuando se vive el problema de cerca.
Es por ello que decidí crear un blog llamado Mi menú sin leche donde dar a conocer las implicaciones de una alergia alimentaria, ayudar a otras familias que están pasando por ello y, sobre todo, informar y crear conciencia social. Es fundamental que los niños alérgicos alimentarios no se sientan excluidos de celebraciones, cumpleaños o fiestas y que no se encuentren continuamente en la tesitura de tener que rechazar alimentos ofrecidos por terceras personas.
Estas situaciones sólo las podemos evitar los adultos porque, si de algo me he dado cuenta en este tiempo, es que los niños son increíbles, naturales y adorables para tratar a otros compañeros con determinados problemas, sean los que sean. Somos los adultos los que tenemos los prejuicios y los que, por no complicarnos la vida, decidimos celebrar el cumpleaños de nuestro hijo sin invitar al amiguito alérgico. Si por un sólo momento nos parásemos a pensar en lo poco que cuesta prestar un mínimo de atención al etiquetado de un producto y, de esta forma, hacer feliz a un niño, la vida de los peques alérgicos sería mucho más sencilla.
Mi hijo es plenamente consciente de su alergia, sabe lo que le ocurre si toma leche y, por tanto, rechaza sin pensarlo alimentos ofrecidos por gente que no conoce, por muy apetecibles que puedan resultar. Es un niño feliz porque sabe que mamá vela por él y hace lo imposible porque no le falte de nada.
Madres magas
Las madres de niños alérgicos somos auténticas magas en la cocina (¿quién es capaz de hacer unas croquetas, una tarta o una pasta carbonara sin utilizar productos lácteos?) y nos convertimos en ávidas lectoras de las minúsculas letras que componen los ingredientes de un producto. Siempre estamos innovando en la compra porque nos resistimos a que nuestros hijos sólo conozcan una marca de galletas, y somos capaces de recorrer nuestra ciudad de norte a sur con tal de encontrar ese chocolate especial que nuestros peques sí pueden tomar.
Y mientras observamos –con una sonrisa en los labios– cómo devoran un pedazo de chocolate con los morritos manchados de cacao y un brillo especial en su mirada, una oleada de satisfacción nos recorre el cuerpo y nos damos cuenta de que todo sacrificio es poco con tal de proporcionarles esos instantes de infancia que todos los niños deberían saborear.
Por Ser Madre toda una aventura
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Publicado el 27 Feb, 2013