La naturalidad de la infancia
El pasado domingo mi hijo tuvo el concierto de fin de curso de flauta. Llevamos todo el curso asistiendo a clase, trabajando, esforzándonos para aprender aunque sin dejar de jugar. Cuando cuento que mi chico asiste a clases de música todo el mundo piensa en las clásicas clases de solfeo, aburridas, exigentes,…. rancias. Estas clases no son así, aprendemos jugandoy divirtiéndonos. Así debería ser siempre en la infancia.
Y el concierto de fin de curso es una meta, un premio al que todos aspiran. Y ahí estaba mi chico, serio, concentrado, seguro de sí mismo, a pesar de que algunas notas no quieren sonar en esa difícil flauta. Muchos padres, abuelos, niños y niñas preparados con sus instrumentos. Pero nada le perturba, no le importa. A pesar de que no le gustan los tumultos, a pesar de que la gente suele ponerle nervioso, ahí estaba él, digno con su pífano en la mano.
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La naturalidad es una virtud
Y llega el momento, primero en grupo, con sus compañeros y profesoras, tocan dos piezas, el público aplaude, todos serios saludan y se retiran. Llega el momento individual. Uno a uno desfilan por el escenario. Los más mayores tocan sus piezas sin miedo, mirando al público, sonriendo casi. Llega el momento de mi hijo, el mediano del grupo. Y sin vacilar, comienza su actuación, no hay nervios, no hay miedo escénico, sólo naturalidad. Termina y saluda. Su padre y yo aplaudimos a rabiar con las cámaras en la mano, ¡qué orgullo! Nos mira y sonríe de medio lado, pero aún muy serio.
¿Nervios?, ¿miedo escénico?, ¡nada de eso! ¿Cuándo lo perdemos? La infancia nos da unas virtudes maravillosas que parece que no sabemos potenciar y al final acabamos perdiendo.
Un grupo de niños de siete, seis, cinco y tres años tocaban en un escenario rodeados de adultos con cámaras que analizaban cada uno de sus movimientos, pero ninguno quiso marcharse, ninguno lloró y ninguno se sintió abrumado. Os confieso que si yo hubiera tenido que salir al escenario como poco me hubieran temblado las piernas.
Cuándo pierden esa inocencia
Pero ellos no. Por eso pregunto, ¿qué hacemos mal?, ¿por qué nuestros niños pierden esa inocencia y naturalidad? ¿Será la educación? Quizá fomentamos poco la creatividad, la imaginación. Quizá los obligamos a una rigidez impropia de su edad.
El arte, la música, el teatro, la libre expresión u otras actividades nos ayudan a fomentar esa capacidad que todos los niños poseen, y que muchas veces al crecer perdemos.
Demasiada rigidez
Rigidez en la escuela, rigidez fuera de ella, normas, horarios, y si hacen algo que se sale de las normas impuestas, “meeec” castigo. Se les imponen etiquetas desde educación infantil, obligándoles a evolucionar al mismo tiempo sin tener en cuenta las diferencias de edad, unos niños empiezan sin haber cumplido los tres añitos, otros van camino de los cuatro… Si un niño no quiere acabar la ficha del día, hablamos con mamá o papá para hacerle saber que “está rebelde”. Y en casa, sin darnos cuenta, seguimos con ese afán de convertirles en borreguitos desde su más tierna infancia.
Y no nos damos cuenta que sus cabecitas lo que necesitan es florecer, ahora que es cuando sus cerebros son auténticas esponjas, imponerles rigidez es condenar a esos niños a ser adultos, sin imaginación, sin creatividad, limitados en muchas de sus grandes capacidades.
Esta Tribu crece, nuestros hijos se hacen mayores y nos vamos dando cuenta de los nuevos retos que tenemos delante, ¡afrontémoslos! Llega el momento de seguir hacia delante con esta filosofía de crianza. En su día comenzamos la lucha con la lactancia materna, la crianza con respeto y el apego. Ha llegado el momento de extender todo ello hacia la educación.
Belén Pardo
Autora del blog Mamá sin complejos
Publicado el 19 Jun, 2012