¡Tengo nueva profesión!: cosas que nos descubre la maternidad
Por Entremadres
Desde hace unos meses tengo una nueva profesión que combino con la de periodista. Mi jornada suele empezar a las 15:30 y finaliza sobre las 22:00 horas. Puedo trabajar desde casa, aunque a veces traslado mi oficina móvil al parque, al súper o adonde se tercie. No he estudiado una carrera más ni me he colegiado, pero tampoco me pagan (con dinero). O sea, que no me quejo.
Reconozco que no me lleva mucho esfuerzo y que cada día aprendo algo nuevo. Sigo teniendo lagunas pero como es un trabajo esporádico y del que disfruto muchísimo, intento hacerlo lo mejor posible. No hay mucho material didáctico que me ayude a estudiar en los ratos libres, solo la experiencia me lleva a ir haciendo méritos. Escuchar, escuchar y escuchar es la fórmula más acertada para ir creando mi propio diccionario. Y lo siento por otros interesados en tenerlo, pero los términos que voy añadiendo son únicos, no universales. ¿Lo habéis adivinado ya? Soy traductora de lengua de trapo.
A punto de cumplir tres años (este mes de abril), Olivia está en esa deliciosa fase parlanchina y habladora en la que todavía pronuncia mal y a la que se denomina metafóricamente como lengua de trapo. No saber hablar perfectamente no le impide hacer sus frases, que pueden resultar graciosísimas. Según los expertos, los niños de tres años pueden hablar en frases de cuatro palabras y pueden usar ya 1000 palabras.
Como soy la persona con la que más horas está al cabo del día (a medias con su profesora “María”, a la que hasta hace poco llamaba “Papía”), me he convertido en su traductora personal. Porque no hay día que alguien no me mire con cara de desconcierto después de una charlotada de Olivia. Suelo entenderla el 90% de las frases, aunque hay veces que le pido que me repita para ver si lo pillo a la segunda.
Una de las acciones más habituales es que suele usar el fonema “p” más de la cuenta. Por ejemplo, dice “Pipiposa” para referirse a una mariposa; a pesar de que sabe perfectamente pronunciar la “m”. Para ella jugar con su “papatín de pupulera es muy pipitido” (maletín, peluquera, divertido). Y a veces dice que es una “pinpesa” (princesa) y quiere comerse un “papachús” (chupachups).
Otro de los fonemas que los niños suelen sobreutilizar es el de la” t”. A Olivia le encanta comer “totolate” (chocolate). También que le cuente la “Tenitienta” (Cenicienta) en su “tatitatión” (habitación).
También pronuncia exageradamente la “g” y la “j”:”Quiero ver el Pequeño Ánggggggel”, me exigía el otro día; “Es un tiggggre”, me señalaba en el zoo; “Quiero jjjjjjamón rojjjjo”, solicita siempre de merienda.
Si le pido que me cante una canción de las que aprende en el cole, la lengua de trapo asoma descaradamente para regocijo de los presentes. Estas Navidades le grabamos un vídeo divertidísimo cantando el villancico “En el portal de Belén” que terminaba con un “Elí Abo Evo” (Feliz Año Nuevo).
Por supuesto, también conjuga mal los verbos irregulares y dice “no lo sabo” y “no vedo”. Es algo que de momento no la corrijo porque sé que es algo transitorio. Y que me hace mucha gracia, lo reconozco.
A veces me sorprende con frases que nunca le había oído (“Ánimo que tú puedes”, “Claro que sí”, “Qué raro” o “Qué guapa que soy mamá”). Luego descubro que las ha aprendido de capítulos de “Peppa Pig”.
Olivia ya ha dejado de llamarse “Nena” y de hablar en tercera persona sobre sí misma, algo que los psicólogos infantiles vinculan con la adquisición de la conciencia de sí mismos.
Como habréis podido comprobar, estoy encantada con esta nueva profesión, aunque sé que es efímera. Por eso grabo un montón de vídeos últimamente mientras Olivia juega, lee cuentos o canta; para que nos quede este precioso recuerdo para siempre.
Publicado el 11 Abr, 2014